Runaterra. Un mundo azotado por perennes
conflictos, un mundo envuelto en el caos, un mundo aparentemente regido por la
magia y por los poderosos taumaturgos que la emplean. Pero sólo es un mundo, al
fin y al cabo, y el Vacío que lo rodea es mucho mayor y tenebroso de lo que los
habitantes de Valoran podrían siquiera soñar. Ya han tenido visitantes en el
pasado, mientras que otros han sido invocados. Pero hay más de una forma de
llamar al Vacío. Y algunas de esas formas traen consecuencias que nadie, en sus
más locos sueños, es capaz de imaginar...
El frío aire del desierto intentaba
introducirse entre las togas de aquellos cinco encapuchados, mientras avanzaban
lenta y pesadamente a través de las dunas de Shurima. Una luz al frente y otra
atrás, apenas unos destellos en la inmensidad de la arena y la piedra de lo que
antaño había sido un vasto imperio mágico. Cuando llegaron a aquellas ruinas,
sin embargo, el clima cambió. El aire paró de repente, dejando un vacío casi
tenso... Un rastro de magia. Desprovistos ahora de las capuchas de viaje, los
invocadores se contemplaron entre sí con aire solemne. Elegidos uno a uno para
desempeñar aquella tarea que acabaría con tanto sufrimiento. El sufrimiento de
temer a los enemigos del Vacío. Dos de ellos alzaron sus brazos y comenzaron a
conjurar; la magia crepitó en el ambiente un segundo antes de estallar con
fuerza, arrastrando dunas y piedras con esta, liberando al mundo de nuevo
aquella larga losa de piedra milenaria. Los símbolos ancestrales de los magos
de Shurima revelaban su uso a aquellos cinco hechiceros. Ninguno leyó las
advertencias, ninguno leyó las historias que, aun ocultas, chillaban por ser
leídas. No, ellos estaban ocupados. Los otros tres hechiceros disponían a su
alrededor protecciones mágicas, ocultando al resto del mundo su presencia, al
ojo, al oído, y a la magia. Para el resto de Valoran, el desierto no había
cambiado un ápice. Uno de los tres, el que parecía el líder de todos ellos,
como denotaba aquel ojo rojo que sustituía al que debería haber sido un ojo
corriente, parecía ocupado mientras invocaba un viejo y grueso pergamino. Su
ojo se iluminó, al reconocer los caracteres ocultos incluidos en el pergamino,
el verdadero hechizo.
-
Daos prisa. No debemos postergar esto
mucho tiempo, nos acercamos al plazo límite. El hechizo ha de realizarse
mientras dure el Eclipse Lunar, o todos los preparativos habrán sido en vano
–dijo con voz grave, mientras revisaba los guantes rúnicos que empuñaba,
hábiles reforzadores de su propia magia interna. Debía mantener la plenitud de
sus fuerzas, él era el centro del ritual y sería quien empuñara el filo en el
momento de acabar con la bestia. Así se había dicho y así sería. Los que se
habían encargado de la limpieza del altar resollaban de esfuerzo; su capacidad
mágica no era ni de lejos tan notable como su líder, al fin y al cabo hacía muy
pocos años de su formación completa. Uno de los dos, el más bajo y débil del
grupo, estaba especialmente agotado.
-
Pensé que esto era la parte fácil. Hay
demasiados escombros en esta zona –rezongaba en tanto apartaba grandes
fragmentos de columnas y restos de paredes.
-
Este altar se encontraba en un
subterráneo. Es un milagro que lo hayamos encontrado en este estado, ¡así que
no te quejes! Sabes muy bien lo importante de esto. El Maestro estará
complacido, sabiendo que nuestros aliados estarán a salvo de la criatura –dijo
el otro invocador, más robusto y apto que el otro. Se encontraba analizando el
círculo de Invocación, verificando que no existiera ninguna grieta que
inutilizara por completo el ancestral artefacto.
-
Ah, aquí está el soporte de la Esfera
–dijo el que se encontraba más alejado. Miles de años atrás, habría entrado en
una habitación de suministros al lado del Altar principal. Ahora, todo se
encontraba en proceso de erosión por el inclemente desierto. Alzó la milenaria
pieza central, pero bufó al ver la grieta en el artefacto. Inútil por completo.
-
Trae el soporte y deshazte del resto, debo
usar la Esfera cedida por el Maestro de cualquier manera –indicó el líder,
que aún leía el pergamino con el ojo mágico; miraba fijamente al Invocador del
soporte con un ojo de iris verde. Temblando, este asintió antes de apartar el
orbe de cristal que cayó a la arena, fragmentándose. Cargó el soporte hasta su
posición, para luego fijarlo, sorprendiéndose del rudimentario pero eficaz sistema;
las Esferas de la Liga seguían un funcionamiento similar, pero eran estructuras
fijas que no podían modificarse en lo más mínimo... Y tampoco rezumaban tanto
poder residual como aquella aparentemente común losa. Era una clara prueba del
poderío mágico de Shurima, sin duda.
-
Mi señor, debemos comenzar
ahora –informó uno de los invocadores, una vez los preparativos
finalizaron. Las antorchas de fuego verde se encontraban situadas en sus puntos
adecuados, algunas flotando, al no existir ya las columnas que las sujetaban.
El juego de luces era tal que el centro del Círculo estaba completamente en las
sombras, mientras el resto se encontraba claramente iluminado. Situándose en
cada esquina de la losa, los Invocadores alzaron las manos, y sus proyecciones de
energía formaron un cuadrado. Frente al centro de la losa, sujetando la Daga,
se encontraba el líder. Los guantes rúnicos brillaban con fuerza; el golpe
debía ser certero y sin error. El Ojo Rojo, con el que veía los hilos de magia,
le aseguraba que sus Invocadores actuaban tal y como debían hacerlo, siguiendo
las palabras que él exclamaba.
-
Urem aktensis Shurima iyakki, arum keslerani Valthum cisthis, ranum
fishati shastha aestria... –aquel
idioma no era nada que hubiera visto anteriormente, pero el poder que aquel
Círculo comenzaba a desatar era muy superior a lo que pudiera haber hecho
cualquiera en el Instituto. Poco a poco, las llamas verdes se iban desplazando
desde sus antorchas hasta las líneas de invocación y las iban rellenando.
Complejas imágenes que no habían visto al principio se iban formando a sus
sorprendidos ojos en tanto el ritual continuaba. Cuando el desierto se sumió en
la oscuridad del Eclipse, ni siquiera las estrellas iluminaban. Solo aquel
círculo, solo aquellas llamas, y el poder de la Magia Rúnica.
Entonces, de entre la sombra del centro,
surgió una figura, cuyo reflejo duró un instante, al consumirse todas las
llamas. Solo la luz de las ataduras de la criatura, y el brillo en los
artefactos del líder quedaban para iluminar al mundo, dispuesto a lanzar la
estocada certera. La sombra de la criatura tenía casi dos metros de altura y
figura humanoide, con extremidades superiores colosales, como si fueran manos
gigantes, para luego tener otras cuatro de tamaño menor. Intentó liberarse,
pero las ataduras seguían superándole. Pero entonces, el brillo de los guantes
provocó que el Invocador contemplase el rostro de aquella criatura. Y vaciló
durante un instante. Fue todo lo que necesitaba; al instante las ataduras
mágicas estallaron mientras el invocador era atacado, las manos gigantes
ocultaron su figura, y los otros cuatro Invocadores se sumieron en la
oscuridad.
Para cuando el Eclipse se terminó, y la
luz de la luna volvió a abrazar al desierto, solo quedaba viva aquella criatura.
La sangre de los invocadores manaba de sus manos. Sus enormes alas se plegaron,
desapareciendo en su espalda, mientras caminaba, analizando el lugar en el que
se encontraba. La larga melena plateada no brillaba tanto como el brillo que
sustituiría a unos ojos reales, dos llamas blancas. Aquel rostro que había
confundido al Invocador, y le había costado el éxito de su misión, mostraba
ira, mezclada con un tremendo desconcierto.
-
¿Cómo me han encontrado? ¿Quiénes son?
¿Dónde estoy...? –musitó en la oscuridad, mirando hacia las
estrellas, antes de sentir el frío. Se encontraba completamente desnudo,
desprovisto de las ropas con las que se encontraba entrenando cuando había sido
arrancado de su propio hogar. Siendo práctico, se dirigió al cadáver más grande
que había quedado en mejor estado, y le arrancó la toga, no demasiado manchada
de sangre, para luego tomar la capucha que más entera se encontraba.
Cubriéndose por completo, y asegurándose que su rostro no podía verse, alzó el
vuelo. Debía entender en qué clase de mundo se encontraba... Y por qué sentía
tal cantidad exagerada de magia por todas partes. Magia que ya comenzaba a
asimilar, alterando su ser...
2 semanas después, en algún lugar
desconocido
La furia del Maestro era palpable entre
sus seguidores. Cuando aquellos cinco desaparecieron, ordenó que se les
ejecutara si volvían a verlos, antes de retirarse a su propio cuarto. Hoy no
habría cánticos, ni palabras de ánimo. No lo merecían en absoluto, no merecían
recibir la gloria de su don. Inútiles, necios. Sus dictados debían ser seguidos
sin falta. Malzahar, el Profeta del Vacío, estaba furioso. El Vacío había sido
sorprendentemente específico con aquella orden, y sus seguidores la habían
fallado. Era imperdonable. Y lo peor... Era que no podía solucionarlo. Durante
días había contemplado las aguas oscuras, que antaño le habían permitido
ejercer sus dones de Videncia con tanta soltura... Era imposible. Al principio
pensó que su don había muerto como ofrenda al Vacío, pero aún era más que capaz
de rastrear a aquel necio de Kassadin con facilidad, tratando inútilmente de
buscarlo, como hacía siempre que no luchaba contra criaturas del Vacío o
combatía por la Liga. Aquella criatura parecía evadirlo. Pero no, no era tan
simple. Aún debía ser capaz de sentir su presencia, por mucho que huyese. Pero
con aquella presa, sus dones estaban muertos. Era... Inaudito. Y el hechizo que
lo había traído no podía volverse a usar, puesto que necesitaban volver a
encontrar aquel Altar de Shurima, y aquello no era tarea fácil. Había andado
demasiadas veces por aquel desierto como para ignorar el hecho de que el propio
desierto era mágico, y trasladaba sus ruinas a donde le placía hacerlo.
Sabía que acudirían en aquel momento. Sus
ojos se hicieron más oscuros de lo habitual mientras aquellas voces
enloquecedoras le atormentaban. Visiones de muerte y desolación cruzaron su
mente, sus maestros habían decidido irónicamente castigarle con el más favorito
de sus hechizos. Un engendro del Vacío se materializó a su lado, pero en lugar
de asistirle, el engendro lo tumbó contra el suelo, mostrando unos dientes
afilados como cuchillas... Para luego comenzar a hablar.
-
Malzahar... No te dimos las palabras prohibidas para que las
malgastaras. Queremos que muera, no podemos permitirnos que continúe vivo más
tiempo. Una vez cometimos ese error y se volvió mil veces más poderoso. No
cometerás ese error –el rostro del Engendro se retorcía
espantosamente cada vez que una palabra gorgoteaba en su garganta deforme. El
engendro se disolvió en el suelo, dejando al Profeta aturdido... Pero con una
clara idea de por qué debía asesinar a aquella criatura. Si sus propios
maestros le temían... ¿Qué clase de monstruo era?
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