Capítulo 2: El Instituto de la Guerra

Instituto de la Guerra
Desde la entrada del Sur, donde la comitiva había entrado, hasta todos los demás accesos al Instituto, la noticia se había extendido como la pólvora. No todos los días un grupo de Invocadores traía una criatura hostil a la Liga… Al menos, solía ser una vez al mes. El inmenso Minotauro bufó, contemplando la colosal estructura del Instituto de la Guerra. Un curioso nombre para albergar a una organización que velaba por la paz, sin duda. Pero así había sido. Mientras volvía a su puesto habitual de vigilancia, Alistar se preguntó qué clase de engendro sería esta vez. ¿Un demonio, como Cho’gath? ¿Algún engendro, como Fiddlesticks? Parecía algo pequeño, aunque podría ser capaz de cambiar de tamaño, como el viscoso Zac o la peculiar Lulu. Bufó y agitó la cabeza, quitándose de encima las imágenes que asediaron su mente. No, definitivamente, contemplar el amanecer y el anochecer en el horizonte, unido a la llanura y al desierto, era mucho mejor que introducirse en uno de aquellos malditos Campos de la Justicia. No se diferenciaban en nada a aquellos donde una vez estuvo encerrado, salvo porque los errores no se pagaban con la vida, sino… política. El Minotauro bufó, mientras su poderosa cola espantaba algunas moscas. Eso era demasiado complejo. Incluso para los humanos…
Los mensajeros partieron raudos. Aunque aquello no dejaba de ser inútil, pues la información se enviaba mediante Esferas por todo Valoran; desde el inicio del Instituto había existido aquella curiosa tradición. Cada vez que un nuevo Campeón nacía en la Liga, un mensajero era enviado a todas las Ciudades-Estado, con el mensaje inscrito y firmado por el Concilio. Aunque, esta vez, habían algunos matices…
– ¿Cómo que no es un Campeón? –preguntó, incrédulo, el representante noxiano cuando fue informado mediante la Esfera. Al otro lado de esta, un confuso Invocador se encogía de hombros.
– Esas son las palabras del Concilio. Permanecerá aquí, en el Instituto, pero no es un Campeón como tal. No puede serlo, porque ningún Invocador podría controlarlo –Jaun gruñó, observando al joven emisario apostado en la Liga. ¿En qué demonios pensaba ahora ese trío de imbéciles? El Instituto de la Guerra no era un maldito zoo o un refugio.
– Dile a los representantes de la Liga que un Embajador de Noxus se presentará en un día, y que esperará recepción directa del mismísimo Concilio.
– Eh… Señor. Eso no será necesario. Ha sido convocada una para dentro de dos días, con todos los emisarios de las Ciudades-Estado. No nos han dicho el por qué. Pero suponemos que tendrá que ver con –la Esfera se apagó, dejando al emisario hablando solo. Jaun bufó, saliendo del habitáculo de comunicación, buscando algo de luz. Luego recordó que se encontraba en Noxus, y solo se vio alumbrado por antorchas, en un pasillo de piedra y hierro. Pero luego se calmó. Seguro que sería posible aprovechar la situación a su favor. Eran en los casos más extraños donde la genialidad del Maestro Táctico deslumbraba. Y no había ningún estúpido Demaciano capaz de superarlo. 


– Vuelve a explicarme por qué debo hacer esto, Sawn –murmuró un Invocador de cabello castaño y ojos agotados, a su compañero, un hombre enjuto de mirada nerviosa.
– Órdenes directas del Concilio, Thal, hay que guiar a esta… Cosa, hasta las Puertas de la Aceptación. Están esperando allí –miró hacia atrás un segundo, asegurándose por enésima vez que la silenciosa criatura los seguía.
– ¿Por qué no lo han invocado, llevado en una celda o controlado, como siempre? El día que apareció Thresh ante el Instituto éramos una docena, y estaba tan vigilado que no podía reírse sin que mil cuchillas lo atravesaran. Empleamos las Cadenas de Atadura, una Jaula de Energía, lo controlábamos directamente… ¿Por qué motivo el Concilio no quiere que…?
– Confianza –retumbó una voz a sus espaldas, que los sobresaltó. Ambos invocadores se giraron, con las manos envueltas en llamas, para ver que quien había hablado era el Xeniam, que continuaba contemplándoles atentamente. Aquellas dos llamas se reflejaban en el filo que había surgido de sus manos de inmediato. Los dos Invocadores se miraron entre sí, antes de recordar la primera de las órdenes que les habían sido dictadas.
– Ya, ya. No atacas si no atacamos. Defensa propia –gruñó Sawn, mientras su magia desaparecía en el aire. Thal hizo lo mismo, y el filo de Akran se contrajo, introduciéndose en su brazo. Acto seguido, unió ambas manos, y lo que parecía unas cadenas lo sujetaron.
– Será gracioso el hijo de… –bufó Thal, mientras abrían el primer batiente de puertas.
Los dos Invocadores y el Xeniam habían llegado a la primera mitad del Ala Este. Las Puertas de la Aceptación se encontraban en el extremo Oeste, luego debían recorrer prácticamente la totalidad del Instituto de la Guerra. Eso duraría un buen rato, cuanto menos. Pasarían frente a las Esferas de Tránsito, una de las tres Salas de Curación, frente a las puertas del Arcanum Majoris, y finalmente, las Puertas. Thal volvió a bufar por enésima vez. Demasiadas opciones peligrosas. ¿Tal vez era una prueba? Conocía más o menos de la abstracta forma de pensar de los líderes del Instituto de la Guerra. Si… Era una opción. Si intentaba huir a través de las Esferas, los guardas del otro lado podrían avisar, en caso de que no pudieran detenerlo. Las Salas de Curación contenían a tantos Invocadores capaces que sería un suicidio atacar. Y el Arcanum… Frunció levemente el ceño. Ahí se encontraba una buena parte de los secretos privados de la Liga. Sería mejor que no husmeara por allí.
Naturalmente, Sawn sabía por experiencia que intentar guiar a una criatura extremadamente peligrosa a través del Instituto en paz sería imposible. Especialmente, cuando albergabas un número variable de criaturas tanto o más extrañas en una situación de cuasi-libertad siempre que no causaran alboroto. De ahí que apenas acabaran de atravesar las Esferas de Tránsito cuando una figura pequeña, acompañada por otra aún más pequeña, apareció a toda velocidad, deslizándose en lo que parecía un surco de hierba que se extendía en dirección al trío. El Xeniam se detuvo, observando a la extraña figura.
Parecía una niña, pero de piel morada, y unos ojos verdes que mostraban mucha, mucha más edad. Vestida con ropas estrafalarias, abrió la boca y comenzó a hablar a toda velocidad junto a la diminuta criatura alada que la acompañaba.
– ¡Vaya! ¡Es cierto, es cierto, es cierto! ¡Mira, Pix! ¡Ha venido alguien nuevo a jugar! Ooooooooooh. Fíjate en su cara. No, no el negro, lo demás! Woooooow. Qué cosa tan extraña, ¿no crees? Encajará bien, claro, si hay monstruos con cuchillos por todos lados, y criaturas mucho más altas, ¿por qué no van a dejarle? ¡Que alas más bonitas! ¿Me dejas verlas mejor? –Akran retrocedió, y sus manos cayeron a un lado. Entonces, Sawn se dio cuenta que aquello no eran unas cadenas, sino una empuñadura de un arma mucho, mucho más grande de lo que sería apropiado.
– ¡Basta! ¡No tenemos tiempo para responder a tus preguntas, Lulu, ni que lo perturbes! Puede ser peligroso –el Invocador se percató de que aunque Lulu podía ser extremadamente molesta, no era eso lo que había puesto en alerta al Xeniam. ¿La Fae había visto más allá de la protección de esa capucha?
– ¿Qué pasa? ¿Sucede algo, Pix? ¿Cómo que corra? ¿Que corra de qué? Lleva unas cad- ¿Quéeeeeeeeeee? ¡Vale, vale, perdón! ¡Ya jugaremos otro día! –con un grito, la pequeña yordle salió corriendo en su surco de hierba, que desaparecía a su paso. Cuando se alejó lo suficiente, volvió a escuchar a Pix. Y la enloquecida Yordle negó levemente con la cabeza, mientras continuaba alejándose. ¡No volvería a acercarse tanto! ¿Quién iba a pensar que pudiera ser peligroso mirar a alguien?
Tras un minuto, el Xeniam volvió a su posición habitual, y siguió caminando. Parecía haber estado meditando sobre algo, se dijo Thal para sí. Pero no tenía interés en saber en qué. Pasaron frente a las Salas de Curación sin mayor inconveniente, hasta que la puerta se abrió, dejando pasar a un solo Invocador, que avanzaba a pasos lentos. Al principio pareció ignorarles, hasta que reconoció a Akran. El Arquitecto de Mogron lanzó una mirada asesina lanzó a aquel que le había cortado un brazo, mientras salía de allí. No solo no había podido regenerar su brazo, sino que el dolor había sido terrible. Y aquellos que habían muerto, no volverían.
– Te arrepentirás de esto, maldita criatura –gruñó, mientras se alejaba, sin obtener respuesta. Un rostro oculto tampoco servía de ayuda para saber qué pensamientos cruzaban su cabeza… Si es que acaso le había afectado algo.
Cuando llegaron al Arcanum Majoris, varios Invocadores salían de allí con varios carros, cargados de un sinnúmero de artefactos, todos iguales.
– ¡Thal! ¿Habéis tenido muchos inconvenientes con…? –comenzó uno de ellos, reconociendo a un amigo. El interpelado negó levemente, aunque manteniendo una mirada de desgana.
– Nada que no sea habitual. ¿Ya ha pasado una semana desde el último cargamento? Doran no parece apagar nunca ese horno… –por un momento, una leve sonrisa cruzó el rostro normalmente apagado de Sawn. Prácticamente todos los Invocadores tenían en buena estima al pobre Doran. El que hubiera sido el Maestro Artesano del Instituto había quedado en un hombre con la mente rota que solo era capaz de elaborar artesanía mediocre y sin valor. Excepto aquella ocasión en muchos años, claro. Parecía mentira que la patada de un asno truncara todo aquello.
– ¡Esperaaaaad! –surgió una voz desde el Arcanum. Las puertas se abrieron, permitiendo ver a un hombre que, si bien superaba la treintena, tenía un rostro completamente infantil. Sus ropas tenían vistosos colores, aunque un recio mantil de herrero le daba un cierto aire de autoridad que su voz suave y su mirada perdida arrebataban del todo.
– ¿Qué sucede, Doran?
– ¡Os falta este! ¡Es importante! –dijo, sosteniendo entre sus dedos un anillo, tan común como todos los que llenaban uno de los carros que ya cargaban. Con una leve sonrisa, uno de los Invocadores lo tomó y lo depositó en su correspondiente carro.
– ¡Bieeeeeeeeeeeeen! ¡Vuelvo a la forja! –dijo, girándose para volver por donde había venido, contemplando a Akran en el proceso. Por un momento, se quedó quieto, con la boca abierta, sin realmente ver nada, pero entonces abrió los ojos, contemplando detenidamente la armadura que este llevaba. Por un instante, un brillo distinto se reflejó en su mirada, mientras la estudiaba detenidamente.
La reacción del Xeniam fue más bien distinta. En un instante, desapareció de donde se encontraba y apareció frente a Doran, al que sujetó la cabeza con una de sus manos. Un chorro de fuego blanco surgió de esta, mientras el artesano gritaba de dolor. Los otros Invocadores contemplaron la escena estupefactos, hasta que se repusieron y arrojaron una docena de proyectiles que Akran evitó con la espada que había surgido en su otra mano, protegiéndose a él y al humano aún bajo su control. Hablaba en un idioma ininteligible, y con cada palabra, Doran gritaba más, hasta que cayó al suelo como un fardo. Una vez cayó, el fuego cesó, así como la espada, que volvió a ser aquella empuñadura enorme.
– Podemos continuar. Despertará en un rato –dijo sin más, mirando hacia el camino. Los amplios pasillos del Instituto aguardaban. Pero el resto de Invocadores lo miraban furiosos.
– ¿¡Qué demonios le has hecho!? –rugieron, preparando otra andanada de hechizos. Akran giró la cabeza y los miró directamente, antes de volver a hablar. O eso parecía, antes de simplemente volver a mirar hacia el camino. Uno de los Invocadores corrió a atender al inconsciente Doran y a sacarlo de allí, mientras Thal y Sawn volvían a su posición, recelosos. No volvieron a hablar en todo el trayecto, hasta que lo dejaron frente a las Puertas de la Aceptación, solo.
Avanzó hasta la puerta, tocando la lámina izquierda, pero esta no se abría, al igual que la derecha. Por unos instantes, el Xeniam quedó meditabundo. Algún observador podría pensar que las Puertas solo se abrirían ante quien demostrara que realmente valía para ello…

Interior de la Sala de Juicios.
El Concilio en pleno aguardaba en silencio a que aquellas puertas se abrieran. Los tres Invocadores permanecían con los brazos cruzados, dispuestos en los altos sitiales de la Sala. Lógicamente, no se encontraban en la Sala de la Aceptación, sino en una Sala de Juicio. Pero llamar a aquel ser a una sala mágicamente preparada para un combate no hubiera sido muy juicioso. Aunque mentirle, como bien había puntualizado Vessaria, tampoco había sido apropiado. De los tres miembros del Concilio, era la única que se había opuesto abiertamente a lo que estaba a punto de suceder. Contempló a los presentes en la sala con cuidado. Junto a ellos, se encontraba un Invocador representante de cada una de las grandes Ciudades-Estado: Demacia, Noxus, Aguas Estancadas, Freljord, Ionia, Zaun, Piltover y Ciudad Bandle. Los 8 se encontraban en silencio, en un palco en un lateral de la sala. Cada uno de ellos disponía de su propia Esfera de comunicación, que brillaban activas, conectadas con sus gemelas, en cada Ciudad-Estado. Desde la última vez que se habían reunido para expulsar al corrupto miembro del Concilio, no habían tenido necesidad de reunirse en un espectáculo así. Por otro lado, dispuestos en el centro de la sala, se encontraban algunos Campeones escogidos directamente por Vessaria, con el fin de asegurar a los embajadores que se encontrarían a salvo.
Kayle esperaba justo en frente del Concilio, con las alas plegadas y su armadura completa. Su pacto con la Liga era tan fuerte como siempre, por lo que había decidido situarse entre el potencial adversario y los líderes del Instituto. Bajo aquel casco milenario podían pasar muchos pensamientos, pero no los expresaba, fiel a su costumbre. Su filo divino esperaba atento en sus manos, pues al fin y al cabo, quien esperaba al otro lado de la puerta era potencialmente hostil, como habían probado sus acciones. Ladeó la vista mientras su respiración, serena, apenas se escuchaba, más allá del casco que casi siempre portaba.
Contempló a Kassadin, quien por otro lado sí se encontraba impaciente. El Caminante del Vacío, una figura trastornada y desprovista de su humanidad se había ofrecido abiertamente al Concilio en el instante en que llegó la información a sus oídos, un poco antes de lo que estos mismos hubieran deseado, ya que había sido convocado allí exclusivamente por su conocimiento sobre las criaturas del Vacío. El Concilio deseaba saber si se enfrentaban a un adversario proveniente de la oscuridad más allá de Runaterra. Sus filos energéticos refulgían levemente con un suave fulgor púrpura, en tanto que la alterada y difusa respiración que aquel extraño casco que siempre portaba no dejaban de contemplar la puerta, esperando…
Lucian aguardaba al otro extremo, a un lado de la puerta. Ambas armas sacras se encontraban listas para disparar, y su rostro imperturbable ameritaba la concentración que el Concilio había pedido; si percibía que aquella criatura que jugaba con la vida y la muerte tenía un origen oscuro, podría descargar el mismísimo infierno en ella. Y Lucian no le pondría reparos a tal petición. Últimamente había sido más llamado a los Campos de lo habitual, y sentía ya cierta ansiedad por librar un combate real, por acabar con una criatura maligna de una vez por todas. Su mirada fría contemplaba el contorno de la puerta. Si esta no hubiera sido hechizada para ser completamente inmune a los hechizos, hubiera podido percibir más claramente aquello que esperaba detrás…
En el mismo motivo que el diplomático de Aguas Estancadas se disponía a preguntar a qué demonios esperaban, un tajo enorme cruzó la puerta de arriba abajo, atravesándola en diagonal. Después, con una estocada, el arma que había causado aquel golpe la atravesó como si fuera mantequilla, para luego rotarse y permitir a quien la esgrimía arrancar aquel enorme pedazo de puerta, abriendo el paso. El alto Xeniam entró a la estancia, para contemplar la espada en llamas, los dobles filos y las balas sacras dirigirse hacia su rostro. Tantos impactos seguidos iluminaron la estancia, y en parte, Kassadin y Kayle pudieron ver medio iluminado el rostro oculto de Akran. Una leve sonrisa, un instante antes de actuar. Para cuando quisieron darse cuenta, el filo de la Justiciera fue reflejado por otra espada envuelta en llamas, que apagaron las suyas propias, para que al momento, bloquease el impacto de las cuchillas de Kassadin antes de que el Xeniam se desvaneciera, y apareciera frente a Lucian, bloqueando sus disparos con el espadón, antes de embestirlo contra la pared de la Sala. Sabiéndose desprotegido, saltó hacia el techo de la sala con sus alas extendidas mientras unos fragmentos de lo que parecían hielo negro surgían de estas, deteniendo el avance de los dos otros Campeones. Con la protección del muro tras de él, el filo se disolvió entre sus manos, y…
– ¡Basta! ¡No nos encontramos aquí para pelear! –rugió la voz de uno de los miembros del Concilio, que alzando sus manos creó un poderoso muro que separó a los cuatro combatientes. La intensidad del hechizo hizo que su capucha se descendiera, permitiendo que sus furibundos ojos rojos destellaran en toda la sala. Aquel Invocador tenía un rostro frío, pero aquellos ojos mágicos denotaban una gran ira contenida. Un pelo grisáceo y largo, bien cuidado, ocultaba parcialmente un rostro limpio de cualquier cicatriz o herida. Era mayor, pero sería absurdo dudar de su poder. Descendió lentamente las manos, mientras el muro terminaba de tomar forma.
– Lucian, Kayle, Kassadin. Retiraos. Akran. Explica tus acciones, si puedes hacerlo –dijo, antes de volverse a colocar su capucha y sentarse, cruzándose de brazos. Los otros embajadores seguían intentando recuperarse de la sucesión de golpes en tan poco tiempo, aunque algunos lo estaban más de reconocer al miembro del Concilio.
El Xeniam repasó su capucha antes de deslizarse por la pared, batiendo levemente sus alas hasta tocar el muro recién creado con sus pies, y sentarse sobre este. Su filo ya no estaba por ninguna parte, y sus alas desaparecieron en la acción. Su cabeza encapuchada observó primero a los tres Campeones, y después al palco de los embajadores. Permaneció unos segundos callado, asimilando lo que veía. Y luego, se retiró la capucha, antes de hablar.
– Puedo hacerlo. Pero antes, levantaos, Embajadores, y saltad –ordenó a los embajadores, que apenas tardaron un segundo en dejar sus Esferas y comenzar a moverse, golpeándose entre ellos. Los miembros del Concilio parpadearon, al igual que los tres Campeones, aunque Lucian tuvo que recurrir a toda su concentración para no dejar sus pistolas y ponerse a saltar… Hasta que el Xeniam volvió a cubrirse a consciencia.
– ¿Qué ha sido eso? –preguntó el miembro del Concilio de ojos rojos, mientras veía como los embajadores lentamente volvían a su posición, azorados y sin entender qué pasaba.
– La explicación de mi capucha. No es ético andar sin ella. Con respecto a la puerta, estaba completamente sellada, por lo que tuve que abrirla –dijo sin más. Akran ladeó la vista hacia los Campeones… Lucian casi no había podido. La mano de Kayle estaba parcialmente cortada con su propia sangre, había recurrido a un método antiguo para evitar tales artes… Y Kassadin lo había visto antes. Pero no por ello estaba menos intrigado. Entonces, Vessaria se incorporó, mirando directamente al Xeniam.
– Esa puerta no estaba cerrada de ninguna forma por nuestra parte, ni por nadie de la Liga.



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