Desierto de
Shurima
La alta figura continuó en el aire varios minutos,
sobrevolando la vasta inmensidad de Shurima, contemplando el desierto bajo sus
pies. Finalmente, al ver que el desierto se extendía más de lo que su vista
podía abarcar, descendió, planeando sobre la arena hasta que sus pies volvieron
a posarse sobre los fríos granos de arena.
Contempló el cielo estrellado, sin ser capaz de
reconocer las estrellas en absoluto. Se encontraba mucho, mucho más lejos de lo
que esperaba en un comienzo. Se sentía capaz de volver a casa mediante un
simple hechizo, pero toda aquella magia a su alrededor, y el hecho de que
pudieran invocarlo... No, no podía irse sin más. Se sentó en lo alto de la duna
donde había aterrizado, cruzó las piernas, y alzó los brazos hacia el cielo,
mientras la capucha caía hacia atrás, permitiéndole una mejor visión.
- Acepto mi origen –susurró,
antes de que un potente eco de magia surgiera de él, como si de una onda
invisible se tratara. Si había hechiceros en ese mundo, como así parecía, serían
capaces de percibir aquel pulso, era imposible que pasara inadvertido. Pero no
había otra opción. Mientras ellos no supieran de qué se trataba, sería
suficiente.
- Runaterra... Valoran. Liga de Leyendas... –musitó
para sí, antes de incorporarse y volver a colocarse adecuadamente la capucha.
Resopló, sintiendo la sangre que apestaba las telas que llevaba encima por toda
ropa. Ladeó su vista al brazo izquierdo, donde su filo, aún cubierto de sangre,
destellaba la luz de la luna. Flexionó sus dedos, sintiéndolos completamente
unidos al arma. Por suerte para él, no era posible desarmarlo sin más. De lo
contrario se hubiera encontrado totalmente expuesto contra aquel enemigo.
¿Quiénes eran aquellos cultistas? No podía saberlo. No parecían formar parte de
una organización mágica lo suficientemente grande como para percibirla con su
pulso, aunque tampoco los había podido percibir tan concretamente como para
poder distinguir los patrones de magia...
Finalmente la criatura corrió, descendiendo la duna,
mientras las alas volvían a aparecer en su espalda, y alzó el vuelo, siguiendo
el rastro de la magia. Debía saber de dónde provenía esa magia... Y por qué era
tan escandalosamente evidente.
Al día siguiente. Campo de la Justicia del Paso de
Mogron
El paso más grande que atravesaba la Gran Barrera, la
cadena montañosa que dividía el continente de Valoran en dos, había sido un
lugar de conflicto mágico durante los últimos años antes de la instauración del
Instituto y la Liga. Proyectiles mágicos habían arrasado la tierra, las
montañas se habían fragmentado como si no fueran más resistentes que una hoja
seca... Tal había sido el poder utilizado. De hecho, el Paso de Mogron era poco
más que un páramo desprovisto de toda vida, donde solo quedaba la magia
residual, que de por sí era impresionante.
Aquella enorme cantidad de magia rúnica desatada
indicaba lo evidente para cualquier hechicero de Valoran: era un lugar idóneo
para un Campo de la Justicia. De hecho, la construcción estaba en marcha.
Docenas de Invocadores trabajaban duramente día a día, ajustando desde el más
mínimo detalle hasta el propio campo de magia que aislaba el terreno del resto
de Valoran. Era en ese Campo donde las leyes de los Invocadores eran absolutas,
incluso aquellas que regían la vida y la muerte. Naturalmente, la cantidad de
trabajo que ello suponía era ingente. Solo erigir el terreno como tal y
aislarlo de Valoran podía llevar meses, sin contar la creación de las Salas de
Invocación, a ambos lados del Campo. Era en esas salas donde el grupo de
Invocadores participantes esgrimiría sus Esferas de Influencia, los Orbes que
les permitían ver y controlar a los Campeones participantes. Construir una Sala
completa llevaba también un largo tiempo, y en esa fase se encontraban los
Invocadores trabajando, cuando uno de ellos decidió parar un momento. Se
encontraba construyendo el techo de la sala, por lo que disfrutaba de las
mejores vistas. Ciertamente, aquel Campo sería interesante. Mitad páramo, mitad
desierto, la diferencia del terreno y los campamentos neutrales que erigirían
en medio de las altas dunas y las colinas desperdigadas, provocaría que los
Invocadores que fueran escogidos se tuvieran que esforzar a fondo. Casi sería
tan emocionante como el otro Campo en el que había trabajado, se dijo, antes de
girarse hacia el desierto. Parpadeó un instante, y entonces un gesto de
confusión apareció en su rostro.
- Hey. Parad un momento y mirad hacia el sur. Me ha
parecido ver algo caminando desde el desierto, ¿podéis verlo? –dijo,
avisando a sus compañeros.
- ¿Alguien paseándose por Shurima solo, Mal? ¿Estás
seguro? –preguntó Jolie, aguzando la mirada para observar la
lejanía.
- Te estará afectando el sol. Baja de ahí, no estás
hecho para que te dé tanto el aire –comentó otro de los Invocadores, sin
dejar de trabajar.
- ¡Estoy seguro de lo que digo! No hace tanto calor como
para que empiece a ver espejismos –repuso Malthior. Ser el más joven de un
grupo de Invocadores dedicados a la construcción no era lo que esperaba como
primera tarea tras dejar la Academia, pero era mucho mejor que nada. De
hecho... Alzó ambos brazos, y se concentró. Les demostraría que no estaba
equivocado. Sintió como su mente traspasaba la frontera de su cuerpo, mientras
su percepción avanzaba cientos de metros en un instante. Contempló arena, mucha
arena... Y lo que parecía claramente un cuerpo tumbado, envuelto en la arena
para ocultarse. La débil sonrisa de suficiencia en sus labios desapareció
completamente cuando vio cómo la figura se giraba, y aquellos ojos de fuego lo
contemplaban como si estuviera ahí...
Con un grito despertó, volviendo en sí. Se encontraba
rodeado por sus compañeros, que lo miraban con una cierta confusión.
-
Llamad... Llamad al Arquitecto. Hay algo ahí afuera
que me ha visto en medio de la Clarividencia... –dijo entre jadeos. El
Invocador veterano fue a decir algo, pero ya la joven Jolie corría por encima
del muro, en dirección al Arquitecto, un Invocador especializado en la
construcción y la creación, ahora la mayor autoridad de la Liga en la zona.
Este directamente se teletransportó frente al grupo de Invocadores. Era un
hombre alto de rostro severo y barba corta, pero bien cuidada. Ya entrado en
años, pero poseedor de tal dominio de la magia que lo podía volver terrorífico
en un instante. Y con muy poco sentido del humor.
-
Malthior. Espero que esto no sea otra broma de tus
compañeros como la del agua mezclada con ajenjo. Las Salas de Curación de la
Liga no deben ser tomadas a la ligera –dijo, con voz profunda y seca, mientras
contemplaba al resto de Invocadores. El joven se quitó la capucha y negó, para
luego encarar directamente al Arquitecto con sus ojos verdes.
- Creo... Creo que ha salido algo del desierto. Se
estaba ocultando hasta que sintió que me vio.
- ¿Mientras usabas un hechizo de larga distancia? ¿Qué
te hace creer eso?
-
Esos ojos... No, no eran ojos. Era como fuego. Pero se
sentía como si me estuviera atravesando con ellos –el Arquitecto enarcó una ceja,
para luego girarse y contemplar hacia el Desierto. Frunció el ceño un instante,
y después señaló rápidamente a uno de los Invocadores.
- Tú, busca a los guardas y que informen al Instituto.
Hay algo mágico ahí fuera, y no precisamente delicado.
Exterior del Instituto de la Guerra
La comitiva de Invocadores era más pequeña de lo
esperado, o eso pensaban los guardas que velaban el acceso al Instituto de la
Guerra. Pero fue el imponente Minotauro el que reaccionó antes. Su nariz
olfateó audiblemente el aire, y gruñó, movido por algo que no le gustaba.
Arrastrando aquellas cadenas que ya eran legendarias, Alistar se dirigió de
frente a la comitiva, regida por un Arquitecto.
- ¿Qué ha pasado aquí, Invocador? Huelo sangre humana.
Junto a otra que jamás he olfateado antes –dijo con su ronca
voz, hasta que reparó bien en el grupo. Al Arquitecto le faltaba un brazo, y la
mayoría de Invocadores tenía heridas de mayor o menor consideración. Ocho
bultos en el carromato que arrastraban indicaban donde estaban aquellos que el
Minotauro echaba en falta. ¿Y qué sobraba? Aquella jaula de energía, opaca. No
podía ver nada a través de ella, por mucho que aguzara sus ojos. No,
definitivamente, eso no le gustaba. Las jaulas solían ser problemas.
- Abrid la puerta –indicó el Arquitecto a los demás
guardas, que corrieron a cumplir su misión. Si ya un Arquitecto era alguien
problemático, uno enfadado podía ser verdaderamente peligroso.
-
¿Qué hay en esa caja?
- Nada de tu incumbencia, Guardián de la Puerta. Pero es
algo que no puede quedarse fuera... Especialmente si me ha costado un brazo –repuso
el Arquitecto, indicando al resto que siguiera el camino. Uno de ellos se
apartó, quedándose atrás. Era una de las Invocadoras más jóvenes del grupo, así
como de la Academia. Su mirada vacía captó la atención de Alistar. Cuando este
se acercó, la joven dio un traspié, al sentir cómo temblaba el suelo por la
fuerza de las pisadas del Minotauro.
- No he visto... Algo así antes... Quizá al ver a Sion
luchar, pero... No, no es lo mismo... –murmuró entrecortadamente. Observó
los grandes ojos del Minotauro.
- ¿Qué quieres decir, muchacha? ¿Habéis capturado a otra
bestia que atar al Instituto? –inquirió Alistar, observando la puerta
mientras se cerraba.
- ¿Cómo puedes decapitar, mutilar, y destazar sin que tu
voz tiemble? ¿Por qué esos ojos me miraban como si no valiera más que la arena
del desierto? ¿Por qué no muestra su rostro...? –dijo, antes de caer al
suelo, abrazándose a sí misma. La puerta se cerró con un potente retumbar.
Apenas habían pasado unas horas. Pero pronto, muy pronto, Valoran sabría que la
Liga de Leyendas había encontrado otra criatura que mostrar en sus dantescos
Campos de la Justicia.
Juicio de la Liga
Candidato: ________
Fecha: 15 de Abril, 23 CLE
Puertas de la Observación
La jaula se disipa, y al instante un largo
filo emerge de esta, rompiendo del todo la jaula, ya desprovista de magia que
la sustente. Con una sucesión de sonoros crujidos, la criatura enjaulada se
incorpora, ahora libre. En el tiempo encerrado, parece haber decidido que una
toga sanguinolenta no era la mejor prenda de vestir, y de algún modo, ahora una
armadura ligera cubre ahora del todo su negra piel, tan ligera que no es ni
siquiera capaz de proteger el más mínimo impacto. Pero los guantes sí son
recios, aptos para sostener el inmenso filo que ha desaparecido de sus manos en
el tiempo que ha estado enjaulado. Una larga capucha cubre del todo su rostro,
solo permitiendo que las llamas que deben ser sus ojos se contemplen
claramente. Dos volutas plateadas que no pueden ser leídas. Proveniente de la
capucha, varios mechones de cabellos revueltos, plateados y negros, caen a
ambos lados de su cuello. Carece de adornos salvo las complejas inscripciones
en su armadura. Por un momento, alza sus alas, permitiendo que se vean
claramente, antes de que desaparezcan sin más de una forma muy, muy rápida.
Aspira lentamente, y exhala el aire,
contemplando el pasillo. El suelo de mármol resuena con cada paso que da, hasta
que se percata de ello. Entonces, continúa caminando, pero no se le escucha.
Observa las altas puertas, aparentemente inexpugnables. Las estudia, como si no
fueran un verdadero obstáculo... Pero antes de invocar de nuevo su espada,
avanza una mano y toca una de las puertas, que se desliza sin hacer ruido hasta
la siguiente sala.
Observa las antorchas, y las apaga con un
gesto de su mano. Sumido en la profunda oscuridad, alza una de sus manos, que
comienza a arder con un fuego blanco. Sosteniéndolo como una antorcha, se
dirige a las puertas, donde alcanza a leer la inscripción: "El
verdadero oponente se encuentra dentro". Antes de atravesar del todo
el quicio, murmura solo una frase.
– Realmente
no tengo motivos para mataros si no me los dais.
Puertas de la Reflexión
Cuando la puerta se cierra tras él, la
alta criatura observa, más allá de lo que los ojos normales permiten ver.
Siente la magia de los invocadores a su alrededor, y de algún modo percibe lo
que pretenden hacer. El fuego se disipa en su mano, y se cruza de brazos.
Esperando. Esperando...
Un chillido de agonía rompe la ilusión, y
la gran cámara se vuelve a iluminar, mientras frente a él se encuentra un
Invocador tirado en el suelo, sujetándose el rostro mientras sus gritos
resuenan en la inmensa cámara. La sangre mana de sus ojos y oídos.
– - Trataste
de leer mi mente –dice finalmente, dirigiéndose al Invocador con pasos
inaudibles. Por unos momentos, al humano le parece ver una cuchilla en las
manos de la criatura. –Querías saber quién soy. Pero debíais
haber preguntado antes. Has visto lo que nadie debe ver, y no sobrevivirás más
de unos minutos –pronuncia lentamente, asegurándose de que el
agonizante humano le entiende.
– - Qué
es... ¿Qué ha...? ¿Qué eres? ¿Qué has hecho para...? –la voz entrecortada
del Invocador se impregna en sangre mientras esta llena su boca, obligándole a
escupir al suelo. El caos que invade su mente es algo para lo que no podía
estar preparado. Él, que había resistido tantos Juicios anteriores...
– - Has
experimentado... Mi infierno personal. En consideración a tu muerte, te
respondo. Queréis un nombre, os lo doy. Akran, de los Xeniam. Queréis saber por
qué maté a los vuestros. Defensa. Queréis saber qué hago aquí. No lo sé. Fui
invocado –una vez termina, se adelanta, colocando una mano sobre el
moribundo Invocador. Llamas blancas fluyen desde el Xeniam, y estas invaden el
cuerpo del Invocador durante unos instantes, antes de desaparecer en el aire.
El humano parpadea, sintiéndose libre del abrazo de la muerte. Las imágenes que
consumían su mente ya no están ahí, la sangre ha vuelto a su cauce y su
respiración se tranquiliza. El veterano Invocador siente como si hubiera vuelto
a vivir.
– - Pero... –el
Invocador se incorpora, mientras su vista se dirige a la alta figura
encapuchada. Tal vez, ahora sonríe en la oscuridad, aunque lo más probable es
que no lo sea. Su voz no gana ningún matiz.
– - Reparto
muerte y vida. Dejadme libre, y mi filo no devorará aquello que no deba.
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